“Rosca política” no es “política pública”

Para crear valor en la sociedad es preciso entender sus diferencias y propósitos.

En Argentina se le llama rosca política. En Estados Unidos es el lobbying.

Considerando su mejor versión, los expertos definen a la rosca política como el «oficio de los armadores, delante y detrás de la escena política, para llegar a consensos».

Desde una versión más realista, en Argentina (y no caben dudas que en todos los países de Latinoamérica) se sabe que la rosca política es el discreto encanto  -y, a veces, perverso encanto- del “toma y daca”.

La rosca política como sinónimo de «toma y daca» es inherente a la política misma, y un ingrediente imprescindible de la propia gestión sostenible de los gobiernos.

El drama del presente es que la rosca política se deterioró tanto en su esencia que, lejos de ser una dinámica para alcanzar los consensos que deben sostener a las políticas públicas, degeneró en un negocio de espacios de poder para la sostenibilidad única de políticos en su “metro cuadrado”. Ya ni siquiera funciona para la sostenibilidad de los partidos.

Pero, allí no acaba la complejidad del fenómeno presente. Tal vez, lo más grave es que los políticos pretendan afianzar como verdad que la rosca política implica hacer política pública y que, por ende, los caudillos -y no los profesionales en la gestión pública- son los más capacitados para llevar los gobiernos adelante.

Sencillamente, los resultados que están teniendo los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en Latinoamérica y el Caribe son una prueba cabal del mediocre desempeño de toda una clase de dirigentes políticos que están poniendo en riesgo la sostenibilidad social y económica de América Latina, y deteriorando a pasos agigantados la calidad de sus democracias.

Hacer política pública es tarea para profesionales. Es un hacer que demanda, cada vez más, de entrenamiento en innovación, disrupción tecnológica, desarrollo de mentalidad digital, comprensión de la gestión del cambio y de la necesidad de emplear metodologías ágiles para dar respuestas. Pero, sobre todo, es un hacer que demanda involucrarse en la definición de propósitos profundos, en la identificación y compromiso con valores, en el establecimiento de misión y visión de proyectos, en el trabajo por objetivos y resultados, en la gestión del desempeño por competencias.

Se terminó el tiempo para el caudillaje político vacío de contenido porque ni siquiera cumple con el objetivo de la llamada “política con minúsculas”. Y mientras ello ocurra, la “política con mayúsculas” seguirá debiéndole a la sociedad una respuesta a sus necesidades fundamentales: educación, salud, bienestar, progreso y paz.

©Norma Lezcano- AddValue

Reproducción autorizada con cita de fuente